Niño Jesús montañesino, en peltre o plomo, S.XVIII
Implantada en época manierista en torno a 1574, cuando se toma el Niño Jesús de la parroquia del Sagrario de Sevilla de Juan Martínez Montañés como ejemplo a seguir en la época.
La imagen del Sagrario fijó la versión definitiva de este motivo, creando un modelo que se repetiría y se reinterpretaría por Juan de Mesa y por el taller de los Ribas y de Pedro Roldán.
Se observa al Jesús Niño representado desnudo, erguido y en contraposto, con apoyo de la pierna izquierda. Su cuidada anatomía y los habituales rasgos infantiles de Montañés, así como el tratamiento ensortijado y minucioso del cabello, con el habitual flequillo montañesino.
A estas esculturas se las solían añadir riquísimos ropajes, decorando y ensalzando la presencia infantil.
ORIGEN Y DESARROLLO
América fue el gran destino de mucha de estas imágenes con la iconografía del Niño Jesús. Numerosas piezas se enviaron a las Indias, respondiendo a una amplia demanda de iglesias, conventos y particulares.
En el siglo XVII, triunfará el modelo del «Niño Montañés», desarrollándose un comercio de figuras ejecutadas en plomo. Destacó la figura del flamenco Diego de Oliver «maestro baciador de niños de plomo» que, consiguió el modelo de la Sacramental del Sagrario de Sevilla. Tras esta recuperación se realizaron multitud de copias del mismo tipo de Montañés.
VALOR ARTÍSTICO
Estamos ante una escultura donde prima la delicadeza. En ese rostro infantil de excelente modelado destaca la calidad en la policromía así como su muy poco marcada barbilla, su pequeña nariz y cejas finas. Pero tal vez lo que más llame la atención y no deje indiferente son sus grandes ojos. Además del gran trabajo en el modelado donde se aprecian las partes más blandas del rostro, como son las cuencas de los ojos, la encarnadura resalta de manera más rosada algunas zonas como las mejillas y los alrededores de los ojos. Su cabello es castaño y trabajado con gran minuciosidad, sin ser muy alborotado, sobresalen hacia la frente algunos mechones, lo cual dotan de personalidad a esta obra.
Lo comentado para el rostro bien podría aplicarse para toda la pieza, ya que lo que se puede apreciar es una escultura muy bien compuesta por su movimiento calmado y con miembros contrapuestos, su calidad en el modelado del cuerpo infantil, donde predominan las carnes blandas y se marca cada pliegue, al igual que la policromía, donde encontramos matices más rosados en las rodillas.
En definitiva, una obra bella, elegante, bien pensada y ejecutada, sutil, cuya mirada conduce al rostro que no deja indiferente y que consigue lo que persiguen la mayoría de los imagineros, la unción.